La cicatriz de la selva
Una carta a la hija que nace, y nacen con ella los miedos y el peligro, y una carta a los hijos que no llegan a nacer, y su ausencia que nos acompaña. Lo cuenta Almudena Vidorreta: «Verás en cuanto salgas / adentro de la selva por mi herida / que conviene entrenarse en fortaleza, / león, marmota, avión y caramelo». Y nos advierte que la selva es el mundo, y que el cuerpo se transforma, se quiebra y fortalece, recoge las huellas de lo que ha sucedido, nos las muestra.
La cicatriz de la selva contiene muchos libros posibles. Recorre lugares —Nueva York, La Habana, varias ciudades argentinas, Madrid— mientras la voz poética transita varias etapas de la maternidad. El nacimiento de la primera hija, la esperanza y también la conciencia de la fragilidad, la enfermedad, y luego los siguientes embarazos, el aborto espontáneo, el dolor yla sensación de que la vida no concede una pausa. La madre que empieza a ser madre, que aprende a serlo cuando ya lo es, y que refl exiona sobre cómo brindar cuidado y protección cuando ella misma también los necesita.
De Almudena Vidorreta ya conocíamos su escritura elegante y precisa, pura imagen y pura música, consciente de la tradición en la que se integra, la de un idioma con sus dos orillas; y conocíamos también su apuesta por una poética que desde la intimidad nos explica el mundo, porque aunque vivamos diferente sentimos parecido. Y ahora nos entrega La cicatriz de la selva, capaz de la sonrisa como defensa, de la fascinación por lo que se descubre, a la vez de la crudeza. En estos poemas hay palabra y hay cuerpo. Hay miedo y vida, muerte y vida; lo que existe porque se nombra, lo que existe porque se empeñan la memoria y el poema. El mejor de sus libros: una obra valiente, estremecedora, sobre la maternidad, y sus sombras, y sus luces.