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Amalia Bautista: «No creo que la poesía deba ajustarse a un mercado editorial de novedades»

Casi una década ha transcurrido desde la publicación de Falsa pimienta, el anterior libro de poemas de Amalia Bautista. En Azul el agua en librerías desde el pasado lunes 13 de junio, cabe la tristeza y la escasa alegría, las certezas inestables y las dudas punzantes, la familia, el paso del tiempo, la soledad, el amor que hace daño y el amor vencedor de las tinieblas, sin hacer concesiones a lo fácil desde su sencillez. Preguntándonos de qué forma se acerca a estos —y otros— asuntos, conversamos con la autora.

Ha pasado bastante tiempo desde la publicación de tu último libro. En un mundo editorial de novedades constantes, ¿cómo entiendes tú el proceso de escribir poesía? ¿Cuándo sientes que un libro está listo para ser publicado?

—Sí, han pasado nueve años desde la publicación de mi último libro, Falsa pimienta (Renacimiento, 2013), pero en mi caso esta distancia no es una excepción, siempre he sido de producción lenta. Habitualmente los poemas, o los embriones de los poemas, me acompañan durante mucho tiempo y los escribo cuando están prácticamente terminados, podríamos decir que cuando el poema se impone.  Y, como no escribo libros unitarios, sino poemas, el libro existe como tal cuando tengo un número suficiente de poemas con los que no estoy disconforme del todo. No creo que la poesía deba ajustarse a un mercado editorial de novedades; tiene, o debería tener, otro ritmo y otra exigencia.

Azul el agua no es un poemario temático, pero ¿cuáles dirías que son las ideas que lo cohesionan y le dan forma? ¿Qué relación tiene en este sentido con tus trabajos anteriores?

—Como todo lo que he escrito hasta ahora, y como casi todo lo que se escribe, Azul el agua es un recorrido por las tres heridas de las que habló Miguel Hernández, las que nos conforman como seres humanos y nos acompañan durante toda nuestra existencia. La muerte, la vida y el amor, en este orden, son las ideas que vertebran las tres partes de este libro en el que he querido ir de lo oscuro a lo claro, de la tristeza a la esperanza, del llanto a la luz.

Al igual que en otros libros tuyos, en este también encontramos referencias a la infancia. ¿Por qué es tan importante este tema en tu poesía?

—Porque ahí ya estaba todo. La persona que he acabado siendo es la misma que aquella personita de la infancia. Los miedos, los deseos, la curiosidad, los afectos, la certeza y la duda… La primera vez de cada cosa la vivimos en esa etapa mágica y conmovedora que suele ser terrible y feliz a partes iguales. Además, según voy cumpliendo años, me sorprendo muchas veces recordando hechos, personas o sensaciones de mi infancia. Y compruebo que me sigo enfrentando a la realidad con la misma perplejidad de entonces.

¿Crees que escribes poemas para intentar comprender mejor la realidad? ¿Nos ayuda la poesía a estructurar el pensamiento?

—Sinceramente, no lo sé. Quiero pensar que la poesía nos da un plus de lucidez, de criterio, de libertad de pensamiento o de sentido común, pero la verdad es que no tengo ninguna seguridad de que esto sea así.

Aunque el tiempo de escritura ha sido muy extenso, ¿qué lecturas te han influido más notablemente mientras hacías los poemas de Azul el agua? ¿Cuáles son las que siempre te acompañan?

—Autores habituales, a los que siempre vuelvo, son, por ejemplo, Lope de Vega, Garcilaso, Rosario Castellanos, Claudio Rodríguez, Shakespeare, Dante, Lorca, Natalia Ginzburg o Wisława Szymborska. Y el romancero siempre. En los últimos años he descubierto a Sharon Olds, Margaret Atwood, Elena Ferrante, Luisa Carnés o Siri Hustvedt. Pero no puedo recordar todo lo que he leído en este tiempo, han sido muchos años, y tampoco sé si me han influido de una manera perceptible.

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