Estar enfermo
Letal en el epigrama: aquella frase «imperecedera en medio de todo lo que cambia» de la que Nietzsche habló. Rebelión contra la herencia platónica y su disociación del cuerpo y el alma. Encomio de la excelencia femenina, apegada al concepto, heroica, elocuente en su hermosa —y temible, y envidiable— corporeidad. Homenaje a Virginia Woolf. Una fiesta en donde se escuchan ecos de Lhasa, del apego por la maldad en Baudelaire y del canto poético en Lorca. Algo parecido a un paraíso para el autor de Lolita, Estar enfermo no es sólo la sublimación de la fiereza o la soberbia adolescentes; es expresión de un desaliento en una autoridad cuya lengua jamás es afectada. Para la que el erotismo se construye sólo a partir de pistas de veras sutiles: en ocasiones erigido como un lamento por el desdén, la ausencia, la pérdida o la culpa, aquí el verso es habilidoso cuando se trata de someter dulcemente al lector. Como el amante que se limita, feliz, a seguir instrucciones. (Antonio J. Rodríguez)